El
despertador sonó a las 6.45 del domingo. Se escuchaban gotas sobre
el techo y al asomarme a la ventana comprobé que llovía. Domingo,
con lluvia, lo mejor sería dormir un rato más. Pero el compromiso
estaba hecho y no podía fallar. Apenas unos días antes me había
inscrito en una carrera, la 5ta. Contra el cáncer de mamá. Había
pagado la cuota y convencido a Alfonso de acompañarme.
El
compromiso era conmigo, porque nadie se daría cuenta si llegaba o
no. Nos preparamos para salir de casa y seguía lloviendo.
Al
llegar al lugar de la competencia, apenas si encontramos
estacionamiento dentro de la universidad. Como era temprano,
esperamos en el auto a que amainara la lluvia que si bien no era
torrencial, si nos obligaba a usar chamarra y hasta paraguas.
Cuando
bajamos del auto y caminábamos hacia el punto de encuentro, dieron
el banderazo de salida a las competidoras, después seguirían los
hombres y luego los caminadores, la categoría en que nos
inscribimos, era el programa oficial. La lluvia obligó a los
organizadores a cambiar los planes, entonces los horarios no fueron
validos y todos salimos conforme íbamos llegando.
Se
trataba dar tres vueltas al circuito hasta completar 5 kilómetros.
Motivados por los corredores empezamos a un paso rápido; de cada
caminata; sea o no competencia llevamos un registro gracias a un
aplicación en el teléfono celular, la cual nos indica la distancia
recorrida y el tiempo.
La
lluvia seguía y los corredores pasaban a un lado de nosotros. Casi
al termino de la primera vuelta, a través de un altavoz comenzaron
a dar indicaciones. “Quienes estén por terminar la tercera vuelta,
sigan por el carril de la derecha”. Vimos como empezaban a cruzar
la meta, mientras que nosotros iniciamos la segunda vuelta.
La
lluvia cedió y seguíamos caminando, a un paso menos rápido, pues
había que guardar fuerzas para terminar la competencia. Casi al
termino de la segunda vuelta me pregunté “ ¿ Habrá alguien que
esté al pendiente de que número de vuelta va cada competidor?
Seguramente no. Y nuevamente, al llegar casi al final de la segunda
vuelta del circuito, una larga fila se apreciaba de lado izquierdo.
Eran los competidores que ya habían terminado y esperaban para
recoger su medalla.
Ya
me sentía cansada y entonces Alfonso me pregunto si quería terminar
ahí. No dudé en decirle que nos faltaba una vuelta para los 5
kilómetros. Y seguimos por el mismo camino de asfalto mojado. No
eramos los únicos que seguíamos en competencia. Aun había
corredores, los de menos experiencia y otros que como nosotros
caminaban o empujaban una silla de ruedas o una carriola.
Unos
200 metros antes de cruzar la meta encontramos cientos de
participantes que venían de regreso con su medalla. Comentaban los
incidentes de la competencia, se tomaban fotos. Nosotros seguíamos
en la ruta. Ya no había nadie esperando en la meta, no sabíamos por
donde ir para recoger la medalla o el paquete de recuperación que
consistía en una galleta integral y una naranja.
¿
Ya terminaron la competencia?, ¿van por su medalla?, sigan hasta el
fondo, hay un señor que las está entregando. Entre tanta gente no
dábamos con el señor entrega- medallas. Por allá, cerca de una
valla metálica blanca estaba parado. “ Oiga venimos por nuestra
medalla”, le dije con la respiración un tanto agitada. Buscó el
número que traíamos pegado con alfileres en la playera rosa , 1834
y 1835. “¿Ustedes no corrieron verdad?” No, nosotros caminamos y
apenas terminamos. Saco una medalla para cada uno del montón que
traía colgado en un brazo, nos la entrego y puso una marca de color
en el número.
Nos
alejamos del bullicio con nuestra medalla al cuello, muy orgullosos.
Dimos tres vueltas en poco más de una hora, seguramente 45 o 50
minutos más de quien llegó en primer lugar. Pero el tiempo no
importa, ni tampoco lo mojados que terminamos, al final cumplimos
nuestro compromiso personal.